BD.- Estamos en el año 2030. Corre el mes de diciembre. La noche cae sobre una ciudad cualquiera de España. Caminando cabizbajo por las calles húmedas y pringosas, sorteando los montones de basura acumulada alrededor de los contenedores desbordantes, Manolo García se dirige con pasos nerviosos y apresurados hacia su domicilio, pisando papeles y cartones y sorteando los charcos de aguas sucias.
Por segunda vez en pocos minutos se baja de la acera y pasa al otro lado de la calle para no cruzarse con un grupo de “nuevos ciudadanos”. Se trate esta vez de un cuarteto de moros, pero incluso mentalmente, Manolo siente una cierta aprensión de pronunciar para sí la palabra prohibida. Desde que asumió el nuevo gobierno una coalición de izquierda, nacionalistas y el Partido Justicia y Equidad (islámico “moderado”, dicen los medios de comunicación las 24 horas del día, desde los desayunos televisivos hasta los telediarios de todas las cadenas), se ha impuesto una serie de restricciones y prohibiciones en el lenguaje, tanto en los espacios públicos como en los ámbitos laborales, para dar un impulso a la armonía entre las comunidades y erradicar la “Intolerancia” y el “Odio”.
Bajo pena de multa, cursillos de reeducación y, en caso de reincidencia, hasta de cárcel, quedó, por decreto-ley, terminantemente prohibido pronunciar en público palabras como “moro”, “negro”, “panchito”, “sudaca” y otros 324 términos y expresiones, entre ellas “maricón”, “sarasa”, “gordo”, “maruja”, “lisiado”, “tarado”, y polaco (por catalán), entre otras. Se puede seguir diciendo gitano y judío, pero el tono ha de ser respetuoso y nunca denigrante. Patrullas de vigilantes especialmente adiestrados cuidan de hacer cumplir la norma en lugares de ocio, parques y grandes superficies.
Por exigencia de los nacionalistas vascos y catalanes del gobierno, las palabras maketo y charnego han quedado fuera de esa prohibición y su uso público no es delictivo. (Otros vigilantes patrullan para detectar rumores antiinmigración, reflexiones racistas y comentarios homófobos y sexistas, además de controlar que no se fume ni se consuma comida basura en los bares y restaurantes). Suelen vestir un uniforme distinto en cada demarcación, pero también hay agentes de paisano, que pueden ser el chófer del autobús o el jubilado que observa las obras del metro corrigiendo los errores del arquitecto. Durante un tiempo, los comentarios negando el cambio climático también eran considerados delictivos. Desde que, a partir de la década anterior empezara a llover como nunca y a hacer un frio siberiano durante los inviernos, el gobierno ha creído prudente aparcar la cuestión y echar un tupido velo sobre este tema. Ahora ha surgido una nueva escuela que sólo jura por la “nueva glaciación en marcha” y el “apocalípsis polar”. El movimiento no para de crecer y ha empezado a surgir una nueva hornada de creyentes en este nuevo cambio climático a contramano del anterior.
Manolo ha sido detenido ya en varias ocasiones por “lenguaje discriminatorio” y ha tenido que asistir a clases de reeducación y realizar servicios sociales durante varias semanas para cumplir su condena. Se ha impuesto un Carné por Puntos del Ciudadano. Por cada infracción que afecte la convivencia y altere la paz social y el diálogo interétnico se pierde puntos. Un chiste de maricones: 1 punto, una reflexión machista: 2 puntos, un “moro de mierda”: 3 puntos, y así sucesivamente. Cuando se agota el crédito, sólo es posible recuperarlo trabajando en programas sociales del ayuntamiento o asistiendo a charlas de derechos humanos y visitas comentadas a la mezquita más cercana al lugar de la infracción. De lo contrario se pierde el derecho a ser atendidos en los centros sanitarios, se le corta la luz al refractario, o se ingresa en prisión (el juez decide teniendo en cuenta la salud del infractor o el nivel de ocupación de las prisiones).
Ahora Manolo ya no habla con extraños ni levanta la voz cuando hay algún desconocido a su alrededor. Algunos llevan micrófonos para grabar conversaciones subversivas que después entregarán en las dependencias del ayuntamiento o de la misma policía, que les retribuirán con unos vales para adquirir algunos productos de primera necesidad a precios ventajosos en algunos comercios adheridos: pasta dentífrica, papel higiénico, garbanzos, sémola, latas de sardinas, azúcar, fideos, arroz… Hay que decir que el hambre ha vuelto a España. Y, según los agoreros desafectos al sistema, para quedarse por mucho tiempo todavía, cosa que el gobierno y la prensa subvencionada niegan rotundamente desde hace más de una década, achacando a los enemigos de la sociedad la persistente negación de los altos estándares de vida logrados y la felicidad general de los ciudadanos y las ciudadanas.
Al llegar a la acera de enfrente, Manolo ha clavado la mirada en el suelo para disimular y ha visto la portada de un diario tirado, con un encabezamiento en caracteres latinos y árabes que recuerdan los tres calendarios actualmente vigentes (el revolucionario, el gregoriano y el islámico): “5 Nivoso Año 221 – 25 de Diciembre 2030 – 29 Chaabane 1542, y en grandes titulares: “MAÑANA COMIENZA EL SAGRADO RAMADÁN. Y de subtítulo: “Más de 12 millones de musulmanes celebrarán a partir de mañana el mes sagrado del Ramadán en la Confederación Ibérica de Naciones, Nacionalidades, Pueblos y Tribus”. Pues España ya no se llama España. Hace diez anos, los partidos mayoritarios acordaron cambiarle el nombre a lo que nadie llamaba ya por su denominación multisecular, sino por los eufemismos de “este país” o “el Estado” para evitar decir el nombre execrado por unos y juzgado superado por otros, por estar vinculado a “las más oscuras horas de nuestra historia: la Reconquista, el pasado colonial, el expolio de las Américas, el nacionalcatolicismo, el franquismo, la guerra de Irak y el chapapote del “Prestige”, entre otros nefastos episodios”, según la fórmula empleada en el documento oficial que ratificó este cambio fundamental. Los nombres de España y el de españoles han sido desterrados de todos los papeles administrativos y de los mismos libros de Historia, y su empleo por los nostálgicos de esa entidad fenecida se ha vuelto un delito que se castiga severamente y que inhabilita para ser donante de semen.
Junto con su nuevo nombre, en el DNI y los pasaportes figuran “Sefarad” y “Al-Ándalus”, en aplicación de la ley de Recuperación de la Memoria Histórica surgida de la Alianza de Civilizaciones, y en homenaje a la diversidad plurisecular de las tierras ibéricas. La bandera de la CINNPT (ex-España) son tres franjas horizontales, una verde (por el islam), una blanca (por la paz) y una morada (por la república), y en el centro una estrella de 5 puntas de color rojo, figura que reúne en sí lo islámico, lo masónico y el socialismo. En los debates previos a la adopción de los colores de la enseña del nuevo país, el ex presidente Zapatero propuso una bandera de plástico (reciclado) transparente elaborado con productos no tóxicos y biodegradables, para que ésta adquiriera los cambiantes colores del cielo y tuviéramos una bandera policroma distinta todos los días. “Así, la bandera no sería de nadie, sería del viento”, dijo el ex presidente. Después de acalorados debates se desechó la idea, sobre todo por las presiones y las amenazas de los grupos musulmanes, que no iban a aceptar nunca una bandera sin el color verde, so pena de sacar a sus huestes a la calle, argumento definitivo que zanjó la discusión.
Así como ya hemos cambiado de país y de bandera, hemos cambiado de forma de Estado. Ahora tenemos 178 comunidades autonómicas de distinto género y con un grado desigual de competencias. La Rioja Alavesa, la Alcarría Conquense, el Bajo Ampurdán y las Islas Chafarinas, por ejemplo, son otras tantas comunidades autonómicas de nueva generación con su correspondiente parlamento y sus competencias, que llegan hasta la facultad de emitir papel moneda y tener embajadas y consulados en el extranjero. En estos momentos otras 47 comarcas y pedanías de toda la CINNPT están en trámites para obtener el rango de comunidad autonómica.
El nuevo Estado pos-español se define como republicano, ateo, feminista y neo-andalusí. La religión cristiana ha sido declarada de calamidad pública y la Iglesia Católica ha visto todos sus bienes confiscados y sus miembros obligados a abandonar sus hábitos y renunciar a su condición de religiosos o adoptar la nacionalidad vaticana. Muchas iglesias han sido derribadas o reconvertidas en mezquitas, en narcosalas y alojamientos para gitanos balcánicos. Las festividades de raíz cristiana han sido abolidas y sustituidas por otras del calendario revolucionario y masónico y por las principales festividades islámicas, más algunas otras. En lugar de la Pascua cristiana, ahora tenemos la Fiesta del Cordero, en lugar de la Ascensión, el Ait el Fitr, el Ramadán reemplaza la Navidad, un día al año es reservado a honrar la Pachamama, y a lo largo de todo el año se celebra la Fiesta de la Virtud, la Fiesta de la Igualdad, el Día de la Paz, el Alba de la Concordia, el Día de la Opinión Pública, la Llegada del Nuevo Sinaí, la Fiesta del Poder Popular, el Puente de la Solidaridad, el Día de la Inteligencia Emocional, la Semana Contra el Machismo, el Día del Clítoris, El Día de la Menopausia, El Día de la Mujer Estreñida, etc…
El islam ha sido declarado como bien cultural de utilidad pública y elemento constitutivo del nuevo Estado. La civilización musulmana es una materia obligada y puntuable en el programa escolar. Las calles, avenidas y plazas de toda la geografía del país reflejan esta situación: Plaza de Marruecos, Calle de Abdelkrim, Avenida de los Reyes Nazaríes, Barrio Al-Ándalus, Calle de los Omeyas, Pasaje de Pakistán, Calle de Saladino, y monumentos por todas partes: Monumento a la Insurrección de las Alpujarras, Muro de los Exiliados Moriscos, estatuas de Almanzor, de Boabdil, de Aben Umeya… El callejero dedicado otrora a las figuras relevantes de la historia española ha sido eliminado y han desaparecido los nombres de los antiguos héroes, reyes, navegantes y conquistadores españoles de los siglos pasados. Incluso los nombres escritores, hombres de Iglesia y militares españoles destacados han sido relegados al ostracismo y al olvido.
La Justicia se imparte siguiendo el principio multicultural de convivencia e intangibilidad de las culturas. Estamos en la era del “pluralismo jurídico”. Cohabitan dos sistema judiciales: el laico y el islámico. La sharia ya es legal, aunque rige una moratoria para ciertos aspectos extremos de la ley islámica, como la lapidación para las adúlteras y las mujeres que se dejan violar, y el corte de miembros para los ladrones. La edad nupcial ha sido rebajada a los 6 años para la comunidad islámica y la pedofilia ha recibido carta de naturaleza dentro del marco de la cultura musulmana, razón por la cual se han registrado numerosas conversiones.
Las mutilaciones genitales se efectúan ahora en la red de hospitales públicos por profesionales homologados de países como Arabia Saudí y el coste de las operaciones es reembolsable por la Seguridad Social. Por su parte las comunidades andinas y las tribus gitanas se rigen libremente por sus respectivos derechos consuetudinarios. En estos días, el Congreso de las Comunidades discute la legalización del canibalismo por motivos exclusivamente culturales, aunque ciertos grupos libres de prejuicios la quisieran hacer extensiva al canibalismo por motivos gastronómicos. El Partido de la Izquierda Plural y Diversa, del gobierno, con el apoyo de los sectores más abiertos del arco parlamentario, considera de necesidad urgente hacer “normal a nivel de ley” lo que ya es “normal a nivel de calle”, según la fórmula consagrada. Pues si bien el comercio y consumo de carne humana es aún ilegal, en la práctica viene existiendo una moratoria en el decomiso de la materia prima y la represión judicial del consumo de la misma. Según los términos de la ley en elaboración, los establecimientos autorizados a comercializar la carne humana estarán sometidos a un estricto control sanitario y de trazabilidad de los productos puestos a la venta. El programa de eutanasia voluntaria será la principal fuente para proveer las nuevas carnicerías, previo acuerdo por escrito de los voluntarios a la muerte digna.
Favorecida por la masiva presencia de musulmanes, la poligamia ha sido legalizada, y en el mismo impulso, se ha hecho extensiva esa novedad al “matrimonio plural”, vieja reivindicación de los sectores más combativos del movimiento progresista nacional. De tal manera, ahora pueden constituirse matrimonios de cuantas personas quieran y de cualquier sexo.
Los grupos de presión feministas y las más combativas organizaciones gays, con el decisivo apoyo de los trabajos de la antropóloga argentina Raquel Bursztejn Saslavsky, lograron por fin hacer legalizar el incesto, el aborto universal a cualquier edad, y tras intensos debates públicos y largas sesiones en el parlamento, la unión entre seres humanos y grandes simios (los cuales, con su nuevo estatus jurídico correspondiente a su equiparación al Hombre, podrán ejercer su derecho al voto, por el intermedio de su tutor humano). Una vez abierta esa puerta no ha habido más remedio que autorizar igualmente la zoofilia en general, para gran regocijo de los amantes de los animales. Aquí también los aportes de la antropóloga argentina (desde entonces Ministra de los Sexos, la Sexualidad de Geometría Variable y la Intersexualidad) han sido determinante
El nuevo país está gobernado por un órgano colegiado, cuyos miembros se van turnando cada cuatro meses, conformado por una tercera parte de hombres (25% de musulmanes), una tercera parte de mujeres y una tercera parte de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. La monarquía ha sido abolida y la familia real ha partido al exilio en Suiza. El Principe Felipe, que se sentó en el trono al abdicar el Rey Juan Carlos, apenas llegó a calentar el asiento, por lo que ha pasado a la Historia como Felipe el Breve. Su augusto padre falleció de muerte natural al caerse en su mansión de Lausana por las escaleras en estado etílico. Del porrazo se reventó el higado y en los posteriores días de su penosa agonía lo fue expulsando a trozos por el punto omega de su aparato digestivo. Sus monárquicos restos mortales y los tropezones de su real higado han sido enterrados en El Escorial.
Manolo García sigue caminando, impaciente y alerta. Viendo los escaparates de los nuevos comercios, se acuerda de cuando estas calles estaban ocupadas por tiendas y establecimientos de todo tipo: una zapatería, una floristería, un taller mecánico, un bar aquí y otro más allá, una ferretería, una panadería… Ahora todo son locutorios sudamericanos, verdulerías pakistaníes, carnicerías halal, peluquerías chinas, colmados de negros donde además se hacen trenzas africanas y se realizan transferencias de dinero al extranjero, bares de copas latinos…
Aunque hace años que dejó el tabaco, Manolo lleva consigo siempre que sale un paquete arrugado conteniendo media docena de cigarrillos. Es como un seguro de vida. Eso y no mirar a nadie demasiado fijamente a los ojos. Una mirada equivocada o un cigarrillo negado pueden significar la diferencia entre llegar a destino sano y salvo o ingresar de urgencia en un hospital por una puñalada de un “nuevo ciudadano” ofendido. También lleva siempre un billete de 5 euros, que nunca gasta en ninguna circunstancia, para pagar el peaje que unos ecuatorianos o dominicanos (las bandas vienen y van y los conflictos territoriales dirimidos a tiros entre ellas hacen que uno nunca sepa quien controla esta zona de una semana a otra) exigen a la entrada o salida de algunos barrios o al atravesar algunas plazas. Una vez volvía a casa sin un euro en el bolsillo: tuvo que dejarles a unos amerindios tatuados, miembros de una asociación cultural subvencionada, sus zapatillas recién estrenadas para poder seguir su camino. “Soy un King, gringo chingado! ¡Dáme lo que tengas o te pincho!”, fueron las palabras mágicas pronunciadas en esa ocasión.
A medida que se va acercando a su casa, los abigarrados corrillos multirraciales se van haciendo más frecuentes y numerosos. Resuenan en el aire denso de las fritangas de los caribeños, los kebabs árabe y turcos y las cocinas abiertas de los restaurante chinos, una profusión de idiomas y dialectos, una Babel de sonidos exóticos y aturdidores, entre los cuales lo único que llega a entender nuestro Manolo son algunas palabras y expresiones vagamente castellanas entre el barullo callejero: “pendejo culiado”, “concha de tu madre”, “te pusiste berraco, manito” “estoy arrecho”, “me robé un carro”, “ándate a la chingada”, “chamaco bravo”, “tremenda balacera”, “estoy hecho verga”, “dale chimba, hijueputa”, etc…, expresiones cabales del nuevo siglo de oro cultural que nos han traído nuestros hermanos sudamericanos para salvarnos de “la decadencia casposa que nos afecta y del empobrecimiento del léxico penínsular”, en palabras del nuevo ministro de Cultura, Nuevas Culturas, Multicultura, Intercultura y Transcultura, el socialista Fructidor Checa Verdugo.
Manolo ya camina por el centro de la calzada, las aceras se han convertidas en autopistas para moras embarazadas con carritos y las esquina en apoyaderos de muslimes. A este respecto, el ayuntamiento, con fondos de la UE, ha llevado a cabo obras de importancia social en los barrios. Ha hecho construir esquinas portátiles en mampostería real (sobre ruedas para su mejor traslado) para que los moros tengan donde apoyarse sin que peligre la paz por culpa de rencillas y algaradas por la posesión de las esquinas. Sabido es que la esquina es un elemento fundamental de la vida del sarraceno. Debido a la alta concentración de magrebíes y asimilados, la disponibilidad de esquinas se ha vuelto insuficiente (la cantidad de moros crece exponencialmente mientras que el número de esquinas permanece estable), las autoridades han debido recurrir a medidas creativas de carácter urgente para evitar el derramamiento de sangre entre moros por la posesión de una esquina que apoyar. El ayuntamiento ha realizado cursillos para los interesados (impartidos por sindicalistas liberados de CC.OO y UGT) sobre el uso racional y sostenible de las esquinas y ha establecido y sistema de turnos y el principio de discriminación positiva por horas para que los usuarios tengan acceso cómodo y regular a una esquina determinada. También ha promovido, como solución alternativa, el uso de farolas, quioscos de la ONCE, semáforos, marquesinas y buzones de Correos. Desde entonces las peleas han disminuido sustancialmente, y el gobierno municipal ha hecho de este tema uno de los logros más positivos de su gestión.
Viendo el desfile de moras preñadas, rodeadas de sus numerosos vástagos sueltos en tropillas vociferantes y turbulentas, Manolo ya no se pregunta por el misterio de la reproducción desaforada de estas mahometanas, pues ya lo sabe: las moras no sólo paren cada nueve meses como cualquier hembra humana, sino que llegan a solapar sus gestaciones de manera que se quedan preñadas de nuevo antes de alumbrar la camada en camino. De esta manera paren de nuevo a los 5 ó 6 meses de una parición anterior. Manolo está convencido de ello, aunque la ciencia oficial no encuentra todavía explicación a este extraño fenómeno, que sólo tiene parangón en el prodigio de la bolsa marsupial y la insólita existencia del ornitorrinco.
Las corridas de toros han sido prohibidas en la mayoría de las regiones del nuevo Estado. En cambio ahora hay riñas de gallos por todas parte, peleas de perros que nadie controla ni reprime y hasta combates de camellos, que la inmigración proveniente de Turquía y Afganistán ha traído con ella. Los caribeños de las islas y los colombianos y venezolanos de la costa han aportado otras costumbres y ritos. La santería y los rituales satánicos han sido autorizados por respeto a la diversidad cultural y en pos de una verdadera integración de sus practicantes. La venta de gallinas vivas y de velas negras se ha disparado para los rituales correspondientes. En las zonas periféricas de la ciudad, antaño un emporio industrial y mercantil, ahora las naves y locales vacíos han sido reciclados en megaburdeles, centros de tratamiento de toxicómanos, viviendas para okupas y alojamientos sociales para mujeres maltratadas, cuyo número se ha disparado debido a que, de acuerdo a los criterios imperantes, toda mujer que declara haber sido víctima de abuso machista, así sea de palabra, mirada o pensamiento, tendrán en el acto la tarjeta de Mujer Maltratada a perpetuidad, con los consiguientes beneficios y privilegios correspondientes.
Manolo forma parte de la minoría autóctona de esta ciudad, ya que, como fue anunciado triunfalmente el año pasado por el mismo alcalde en un documento oficial, la “nueva ciudadanía” ya ha traspasado el umbral del 51%, momento declarado como de enorme trascendencia y de hito histórico en una declaración conjunta refrendada por todos los grupos municipales representados en el consistorio. Ésta franja de la población ha visto reducida dramáticamente sus efectivos debido a la escasa natalidad de su grupo durante las décadas pasadas, inducida por la propaganda antinatalista del mismo sistema que ahora se congratula del “dinámico crecimiento demográfico aportado por la inmigración”, movimiento fomentado y financiado por los presupuestos estatales.
Otro motivo de la constante merma de la población nativa es debido a la política de eutanasia puesta en funcionamiento por el gobierno. Después de años de trabajo propagandístico llevado a cabo por grupos de extrema izquierda y grupos antinatalistas, la idea de la eutanasia ha terminado por calar en la sociedad, y ahora los índices de suicidio y los casos de muerte asistida institucionalmente son cosa corriente. Los grandes diarios llevan a cabo periódicamente campañas en favor de las ventajas de la muerte prematura antes de la vejez. Cuentan con la ayuda del cine y las series televisivas, en las que casi nunca falta, a modo de mensaje subliminal, el caso de un personaje que se da muerte de alguna u otra manera a sí mismo.
Para fomentar las muertes por eutanasia y animar a los indecisos y los escépticos reacios a dejar su sitio a las generaciones siguientes, el Estado ha creado una serie de incentivos para la “muerte digna”. El incentivo más popular consiste en hacer firmar al interesado un contrato por el cual éste se compromete a someterse a la eutanasia a determinada edad (70 años, por regla general, pero en ocasiones también a edades más tempranas si media enfermedad o situación especial), a cambio de sanidad, comida, techo gratuito y hasta excursiones a balnearios con bingo incluido, durante el tiempo antes de la fecha acordada. Los Comités de Barrio también tienen la potestad de designar, por mayoría simple más uno de los miembros del Comité, aquellas personas que, incapaces de tomar la decisión por si mismos, son candidatos claros al programa de muerte voluntaria. Debido a que la atención sanitaria ya dejó hace mucho de ser universal y gratuita para los autóctonos (pero sigue siéndolo para los “nuevos ciudadanos” necesitados de mayores atenciones para su integración, y a modo de compensación por el colonialismo, el racismo histórico, la trata de esclavos y el despojo del Tercer Mundo), el programa de eutanasia institucional se ha convertido en un recurso muy solicitado por los antiguos españoles.
Manolo García ha pasado ampliamente de los 60, y ha visto cómo su calidad de vida mermaba a ojos vista y sus recursos se iban haciendo cada vez más exiguos. La jubilación que los inmigrantes habían venido a pagarle se ha quedado en apenas una cantidad para sobrevivir. Ha recibido en varias ocasiones la visita de agentes de la Oficina para la Asistencia y la Dignidad que le han expuesto las ventajas del programa eutanásico para las personas de su edad. Como se ha mostrado siempre reacio a los argumentos de sus visitantes, estos le han insinuado beneficios aun superiores a las modalidades más comunes: traslado a una residencia fuera del área urbana (montaña o línea de mar, a elegir) con sala de cine y minigolf. El techo propuesto es de 70 años. Manolo se resiste, a pesar de todo, aunque de buena gana dejaba este barrio definitivamente. En cuanto a irse al “otro barrio”, eso le resulta mucho menos atractivo. En algunas noches de insomnio, la idea le visita, pero Manolo, si bien ha perdido muchas cosas en su vida, aun conserva el instinto de vivir.
Manolo pasa bordeando el Parque de la Primavera Árabe, inaugurado en homenaje a los pueblos árabes en su despertar democrático en el año 2010, que sin embargo desembocó en los regímenes islamistas radicales (Hermanos Musulmanes y salafistas) que desde entonces perduran en esos países. El dinero fue puesto por Qatar, que también financió un centro hospitalario sólo para musulmanes y un conjunto edilicio islámico (mezquita, madrasa, biblioteca, matadero halal, cementerio, sala de conferencias). Al mes de su inauguración por un emir llegado expresamente del Golfo, el parque fue ocupado por una tribu transhumante de gitanos rumanos, que desde entonces lo han convertido en su campamento permanente. El césped desapareció a la semana, los setos y las plantas fueron arrancados, los pocos árboles acabaron en sus perpetuas fogatas. El lugar es ahora una montaña de basura, chatarra acumulada al aire libre, excrementos por doquier y ratas de varios colores.
Estos zíngaros han originado numerosos altercados y reyertas multitudinarias con los moros de la zona. Al parecer, el negocio de la chatarra no es la única actividad a la que se dedican estos nómadas, y en sus correrías por los alrededores a vecen entran en competencia con los trapicheos, tráficos y demás actividades lucrativas de la dinámica comunidad magrebí. En materia de diálogo intercultural, los distintos barrios de la ciudad están servidos: enfrentamiento de negros con gitanos, de moros con amerindios, de pakistaníes con chinos, de chinos con moros, de negros contra pakistaníes, de gitanos con amerindios y todas las demás combinaciones posibles e imaginables. En estas disputas predominan las armas blancas (navajas de toda forma y tamaño, machetes y katanas) para la que todas estas etnias tienen una notable maestría desde la primera infancia que alcanza el virtuosismo, pero no falta en ocasiones disparos de distinto calibre. Las empresas de pompas fúnebres y las carpinterías de ataúdes se han convertido en dos de los pocos negocios legales rentables en la ciudad.
Pero a pesar de la importante mortandad originada por esta dinámica modalidad de conviviencia interracial, la verdad es que la población de “nuevos ciudadanos” crece sin cesar. Pareciera que estos pueblos tan proclives a la muerte violenta han desarrollado instintivamente unos mecanismos de supervivencia consistentes básicamente en una reproducción desaforada para contrarrestar la merma por defunciones antes de tiempo.
Sin embargo, las estadísticas oficiales anuncian continuas bajadas de los índices de criminalidad. También es cierto, que cada vez son más numerosas las categorías que han dejado de ser imputables por la comisión de determinados delitos y crímenes: mujeres, gays, inmigrantes, mujeres inmigrantes, inmigrantes gays, etc… Para mantener un cierto equilibrio multicultural en los centros de detención y fomentar la diversidad en todos los ámbitos de la sociedad, se encarcela a los autóctonos por faltas de tráfico, dar de comer a las palomas en los parques y burlarse de los homosexuales en público.
Sumido en sus melancólicos pensamientos, Manolo sigue andando. A estas horas, las calles, en lugar de vaciarse paulatinamente, por el contrario se llenan de una humanidad cada vez más abigarrada. De los incontables talleres chinos (legales e ilegales: ya nadie se ocupa de controlar eso), cientos de amarillos salen como de un hormiguero a las aceras en mangas de camisa a tomar aire, sentarse en cuclillas en las aceras, fumar y escupir al suelo. Sus rostros enigmáticos no deja percibir emoción alguna ni sentimientos discernibles.
Cada tanto un chino enloquece y entre berridos acuchilla media docena de sus congéneres. Nadie sabe por qué, y nadie tampoco pregunta nada. Los servicios de urgencias se llevan a los destazados, se echa agua sobre el asfalto, y los sobrevivientes prosiguen son sus febriles actividades.
Pasando la última peluquería china de la calle (cuya trastienda es el mayor fumadero de opio de la comarca y un centro clandestino de apuestas), que marca la frontera con la zona musulmana de esta parte de la ciudad, en la que Manolo vive su condición de extranjero en su propio país, junto con un puñado de compatriotas rezagados, se llega a la Plaza de los Pueblos Magrebíes (antiguamente Plaza de España), lugar de reunión las 24 horas del día de la prolífica y ruidosa comunidad árabo-bereber que ha logrado el control de la zona. Control que la municipalidad ha cedido, tras un acuerdo redactado en papel membreteado, a un Consejo de Barbas Blancas constituido por los líderes principales de las distintas tribus mahometanas originarias del Atlas y del Rif, y cuyas funciones abarcan la seguridad y la justicia de proximidad administrada según los criterios ancestrales de estas etnias.
Este tramo es el que más teme nuestro hombre, pues es donde más siente su condición de presa en medio de tanto depredador. Hoy como ayer, y a la hora que sea, la plaza está saturada de grupos de hombres adultos por un lado, y por el otro mujeres vestidas con sayones de colores y la cabeza cubierta empujando carritos, y racimos de niños y adolescentes gritando por doquier, entrenando sus jóvenes gargantas para los incesantes ¡Allahu Akbar! que habrán de berrear en su vida adulta.
Aguateros, vendedores de frutas, puestos de comidas y de dulces chorreando miel y aceite atiborran el espacio, entorpeciendo el paso de Manolo, que hunde el cuello un poco más en las solapas de su chaqueta. En el bolsillo interior de esta lleva 300 gramos de chorizo que ha tenido que ir a comprar al otro extremo de la ciudad, donde todavía están autorizados algunos comercios de productos españoles considerados haram (no permitido por el islam), como charcuterías extremeñas y jamonerías. Las ordenanzas municipales, por exigencia del Consejo de Barbas Blancas, han vetado el comercio y la exhibición de productos del cerdo en el espacio público de la demarcación bajo el control musulmán. Su consumo sigue siendo permitido, pero de manera privada en el domicilio particular de los interesados. Aun así, suelen darse incidentes con jóvenes musulmanes estrictos, que llegan a efectuar registros personales a los sospechosos de transportar esas viandas prohibidas. Ya no se ve por las calles ningún perro: su posesión en esta área ha sido puesta fuera de la ley. Sólo se ven algunos gatos callejeros, que los chinos no han logrado atrapar y se han buscado aquí, donde son la diana frecuente de las piedras de los futuros sublevados de alguna inevitable intifada por venir.
Manolo siente la presión de las miradas sobre su persona, más en vísperas del Ramadán, en que un incidente que involucrara sus 300 gramos de chorizo le podría valer un disgusto con cualquier moro, además de una multa por “provocación al odio y a la discriminación” con el agravante de la fecha. Manolo es uno de los pocos sobrevivientes de una población española otrora numerosa y activa. Con la llegada de la inmigración y el crecimiento demográfico de esta, con todos los cambios adheridos a este dramático panorama, muchos resolvieron marcharse a tiempo. Manolo también se iría, pero ya es demasiado tarde. Cuando construyeron la tercera mezquita cerca de su domicilio, el precio de su vivienda bajó todavía más. Ahora ya no es más que otro náufrago como otros tantos como él, perdido en una isla rodeada de un océano hostil.
Llega por fin al bloque donde vive debajo de la familia Mohamed y encima de la familia Rachid, y enfrente de la familia Mamadú Fofana. Le tocará subir las escaleras hasta el cuarto piso, pues el ascensor hace ya mucho que los desperfectos causados por los usuarios del bloque y la falta de reparaciones han dejado completamente fuera de uso. En el rellano de la entrada se encuentra con Mohamed, el vecino de arriba, piadoso musulmán, feliz padre de 7 hijos y parado eterno, pues en los 20 años que lleva en España apenas ha trabajado lo suficiente como para entrar en el circuito inagotable de los subsidios para inmigrantes, de los cuales vive holgadamente, sin preocupación por el mañana. Lleva una oveja viva encima de los hombros. Para el ramadán, el Fondo de Solidaridad e Integración de los presupuestos municipales, costea los corderos de los musulmanes con “necesidades especiales” o en situación de “riesgo de exclusión social”. También se les paga el viaje a la Meca a todos aquellos que cumplan con los requisitos del caso: básicamente solicitar la prestación correspondiente por duplicado antes de una fecha determinada.
Manolo no quiere ver el cordero, no desea por nada del mundo ver los ojos del animal. Demasiado sabe lo que le esperaba mañana, tal vez esta misma noche. Este año, como el anterior, las tuberías del edificio se atascarán por la sangre coagulada de los animales degollados en las bañeras de todos los pisos, tendrá que venir un equipo profesional a purgar los desagües y Manolo tendrá que pagar su parte del costo del servicio de su bolsillo. El ayuntamiento se encargará de lo demás.
Manolo saca sus rodajas de chorizo de su chaqueta, abre el papel albal sobre la mesa y corta un trozo de pan. Pero no tiene apetito. El encuentro en las escaleras con el cordero condenado le ha cerrado la boca del estómago. Piensa en los tristes balidos que se oirán por todo el bloque cuando llegue el momento. A Manolo le espera un mes de no dormir con el ramadán.
Enciende la televisión. Por enésima vez vuelven a dar “Milicianas” en la Sexta, en TV1 “Las edades de Lulú” y “Mar adentro” en la Cuatro. En las demás cadenas: “La Alhambra nazarí”, documental sobre la edad de oro del reino moro de Granada, “Los efebos sudorosos de Marraquesh”, biografía novelada de Juan Goytisolo, y “Franco, ese genocida”, reportaje con guión de Boris Izaguirre y narrado por Baltazar Garzón con acento argentino.
Manolo se ha acostado vestido sobre su cama, los ojos fijos en el techo, mirando sin ver. Unas imágenes acuden involuntariamente a su mente: los chinos en cuclillas, la garganta abierta del cordero, los adoquines pringosos de la calle, las moras con sus sempiternos carritos, las dominicanas culonas de la plaza Atahualpa, las paradas de autobuses con las lunas rotas, las bolsas de basura lanzadas desde las ventanas, su salud que ya no es la misma de antes (la Sanidad, después de 20 años de caída en picado ya sólo atiende las urgencias y lo más básico a los autóctonos, pero los inmigrantes y los nacionalizados siguen siendo atendidos como en el pasado), los recortes en su magra pensión (para contribuir a los programas de atención a los inmigrantes), los chivatos que espían a todo el mundo, los 7 hijos de Mohamed… y en medio de todo eso, la pareja de la Oficina para la Asistencia y la Dignidad con sus atractivos y coloridos folletos. Manolo se pone a pensar, casi soñar: “Montaña, mar… montaña o mar…”. “Tal vez”, se dice a sí mismo, poco a poco envuelto en la suavidad de una ilusión, mecido en la caricia de un sueño y protegido en la confianza de una promesa… “Tal vez…”.